De mi guarda...
El lastre lo llevaba desde hace tiempo, fué así, nadamás, tan de pronto que de un segundo a otro solo se dió cuenta del dolor. Muy poco después su cuello aprendió a soportar la carga, las llagas sanguinolentas clamaban por descanso, sin embargo prefirió callar y avanzar con el pesado tormento hasta más adelante, paso tras paso, en el que cada uno le gritaba desde abajo como su meta se mantenía cada vez más lejana y utópica. Optó por descansar, por tender su cuerpo sobre la hirviente arena que carcomía cada parte de si, que la doblegaba; fué cuando sus piernas falsearon, pareciera que se hicieron de papel, de un papel que se quema poco a poco bajo el inclemente ardor de un sol maligno y vil que goza de terminar con el sueño entre las estrellas, novias lésbicas unas de otras, termina con sus besos y con las orgías que las mantiene titilando madrugadas enteras, sin sueño, sin sonido...Y así, sin pensar, solo caer, caer ante el efluvio invisible del inclemente calor de la mañana, con el lastre en el cuello y sabor de metal en su lengua...
Cayó, y sin cerrarlos, vió aproximarse hacía sus ojos la hirviente arena del desierto experimentando en cada grano, un poco de angustia, de dolor...
Sintió su cuerpo fundirse con ese ambiente hostil y desconocido, sintió sus ojos desintegrarse y se entregó de bruces al cansancio que contraía su pecho en críticas convulsiones desde hacía tiempo.
Encontró muchas cosas en un abrir y cerrar de ojos, encontró juegos luminosos vomitando ilusorias formas conformantes de extrañas suertes de figuras y alimañas imaginarias, oníricas, varias ellas.
Encontró su propio reflejo cubierto por luz de sol, reflejo seco, muerto y tan iluminado que parecía vivo, su cabello era color de la arena del desierto; análogas visiones que nisiquiera se entendía como podían separarse el uno de la otra; granos y cabellos, finos, ambos muertos bajo la efigie terrible y luminosa de la que todos los entes del desierto eran presas.
-Angel de la guarda, dulce compañía...- musitaba sin cesar ante un clima sordo que lo devoraba a cada segundo.
-No me desampares ni de noche ni de día...- imbecil acudía a su mar de rezos preguntando por su angel guardían, el cual yacía muerto, calcinado, metros atrás, con el rostro descarnado, devorado en sus entrañas por criaturas deformes de negras plumas y largos y ensangrentados picos.
Dolor... El lastre se convirtió en placer, sú último placer, y recitó con voz de acero por el metal de su lengua, el final de su oración.
-Porque, sin tí; yo moriría...-

1 Comments:
wow!!! me has dejado sin palabras... me gustó tu texto. Un beso!
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